Dina Boluarte no quiere renunciar. Tampoco asume su responsabilidad por los casi 50 asesinatos que ha dejado la cruel represión policial y militar del 7 de diciembre al 11 de enero.
Pidió perdón, pero responsabiliza a un «minúsculo» grupo «violentista» de estar «haciendo sangrar a la patria». Ellos, no ella, son los asesinos. Ella no es responsable.
En su mensaje a la Nación, del viernes 13, no hay en su pedido de perdón un apice de contrición, de remordimiento, de piedad. Su pedido de perdón es vacío, formal, frío.
En el rostro de Dina Boluarte parece que vemos superpuesto el rostro de Kenya Fujimori pasando sobre los restos de emerretistas abatidos en 1997. La foto sonriendo en Palacio la pinta de cuerpo entero.
Es FujiDina. La rehén del narcopartido u organización criminal más importante y poderoso del Perú ha logrado identificarse con sus captores. Es una Montoya más.
El cogoberno con los poderes fácticos y criminales que el fujimorismo representa la hacen sentirse «segura». Le han hecho olvidar que, hasta hace poco, era parte del gobierno de Pedro Castillo.
Cree que su gobierno está gobernando. Ni una sola palabra de la renuncia de cinco ministros en casi 40 días en Palacio. Pobre mujer. No sabe que le espera, tarde o temprano, la cárcel por genocidio y crímenes de lesa humanidad.
No estamos enfrentando a la operadora, a la rehén que cree que gobierna. Estamos enfrentando al narcopoder fujimorista. Ese es el verdadero enemigo que estamos enfrentando. Otárola es un pelele.
¿Como derrotamos a tan poderoso enemigo de la República, de la Nación inconclusa, de la democracia hecha añicos? Eso solo es posible con una insurgencia popular y ciudadana multitudinaria sin turbas ni vándalos.
Con las macroregiones en Lima, la confluencia con la CGTP, los colectivos y las clases medias. Esa confluencia debe darse en el Paro Nacional del 19 de enero. Esa alianza logrará la renuncia de Dina que y el adelanto de las elecciones para este año.
Jaime Antezana Rivera