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Cuando la cultura es orgullo pero se olvida al sujeto cultural

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Una de las cosas que me llamó la atención en mis primeros viajes a Perú fue la forma en la que el Estado y las empresas de turismo habían reducido a la población “indígena” a “objetos folclóricos” (más que en Bolivia).

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Hablando con personas, más allá de las actividades a las que solía asistir, un elemento común que se presentaba constantemente era el “profundo orgullo” por el pasado imperial incaico, la riqueza cultural del Perú y la “humildad” de sus indígenas (los tres en uno).

En tanto los indígenas, buscando estrategias de sobrevivencia, se ajustan al papel folclórico y decorativo que se les asigna, reciben halagos, son exhibidos con orgullo en campañas de turismo, etc.; pero cuando reclaman, cuando cuestionan el poder establecido y se movilizan, son “terrucos”.

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No es raro que miembros de la elite limeña se den “viajes espirituales” de ayawaska para “reencontrarse” con su yo interior. Eso es parte del mercado de “experiencias étnicas” que se ha formado entorno a la donación q’ara y la folklorización sobre sus indígenas.

Tampoco es raro que esta elite tenga “curiosidades” étnicas decorando sus propiedades, incluso en alguna ocasión visten de “cholos” para posar en fotografías; pero lo que no admiten es que los “indios” les hablen de tú a tú.

Puede presumir su «orgullo» por lo indígena decorativo, por sus “artesanías” o su herencia cultural; pero no toleran que esos indígenas se pongan en pie de lucha.

Quieren y aman al “Perú profundo” como cosa exótica de la cual pueden extraer tejidos, leyendas, trabajo barato, etc.; pero desprecian a esa población cuando exige simplemente respeto.

Carlos Macusaya

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