La fe y la identidad cultural se entrelazaron este Viernes Santo en Juliaca, donde cientos de fieles ascendieron los cerros Huaynarroque y Espinal para mantener viva la práctica de anudar ichu como símbolo de penitencia y esperanza.
Un acto de devoción y comunidad
Cada año, la procesión que parte desde el centro de Juliaca gana fuerza al coronar las laderas de ambos cerros. Al llegar a la cima, los peregrinos extraen del morral un manojo de ichu ‘la paja silvestre de los altiplanos’ y, con manos temblorosas de emoción, tejen nudos que plasman sus súplicas y promesas. “Cada nudo es una oración, un lazo que ata nuestro corazón al milagro de la resurrección”, explica doña Carmen Mamani, una de las organizadoras de la romería.
Simbolismo del ichu y el nudo
El ichu, humilde y resistente, evoca la sencillez de la vida terrenal y la capacidad de adaptarse a las inclemencias del clima andino. Al anudarlo, los peregrinos sellan un pacto de fe: la fortaleza para enfrentar pruebas y la certeza de un renacer espiritual. “Es un recordatorio de que, así como el ichu brota en suelos adversos, nuestra fe florece incluso en tiempos de tribulación”, añade el padre Teófilo Quispe, responsable de oficiar la misa al aire libre.
Tradición que trasciende generaciones
La práctica de los nudos en ichu no solo refuerza el vínculo con lo divino, sino también consolida la identidad colectiva de Juliaca. Familias enteras participan en la subida, transmitiendo a los más jóvenes el significado de esta ceremonia que mezcla catolicismo y cosmovisión andina. A su término, los lazos quedarán expuestos en el atrio de la parroquia San Carlos Borromeo, donde permanecerán hasta el Domingo de Resurrección.
Con el eco de cánticos y el crujir del ichu entre los dedos, Juliaca renovó una tradición que perdura gracias al fervor de su gente y al legado de sus ancestros. Este Viernes Santo, los nudos de ichu vuelven a tejer historias de fe, unidad y renacimiento en los cielos del altiplano.
