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Juvenal Cazafantasmas: Su video de terror se volvió COMEDIA cuando apareció… ¡SU SUEGRA en la puerta del hotel Arce en Juliaca

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La media noche envolvía Juliaca cuando Juvenal Quispe, minero de La Rinconada devoto del Muqui, y junto a su amigo «Cantinflas» —vestido con raídos pantalones, chaqueta holgada y cabello raido, fiel a su ídolo mexicano—, se plantaron ante el Hotel Arce.

El reloj marcaba las 12:30 a.m., hora en que, según la tradición, el diablo y las ánimas recorren la tierra.

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Las historias del Hotel Arcer, susurradas en los socavones, habían impulsado a Juvenal a esta locura. Solo llevaban un celular y una linterna minera para enfrentar lo innombrable.

Antes de cruzar el umbral, una figura los heló la sangre: una alma en pena, envuelta en una pollera oscura y rostro oculto por una manta, pasó murmurando lamentos desgarradores.

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Cantinflas soltó un «¡Qué susto nos dio… ni modo que ande así de penita!»

con voz temblorosa. Juvenal se santiguó, invocando al Chinchilico. La misión, sin embargo, debía cumplirse.

Dentro, el silencio era total. El aire olía a polvo y abandono. Las habitaciones, despojos de otro tiempo, exhibían muebles destrozados y sombras danzantes. De pronto, una muñeca grotesca, sentada en un rincón, abrió los ojos con un crujido seco.

Cantinflas saltó hacia atrás: «¡Ay, caray!».

Juvenal apretó la linterna, su luz temblorosa revelando arañazos en las paredes. Entonces, en el salón principal, mesas pesadas se elevaron, movidas por fuerzas invisibles, girando lentamente en el aire.

La Historia del Hotel Arce

El Hotel Arce, imponente en la segunda cuadra del Jirón Moquegua —justo donde aúllan las vías del tren—, fue en su apogeo el primer y más grande hospedaje de la ciudad. Un bastión del comercio en la emergente Juliaca.

Hace décadas, una pareja se hospedó allí. Despertados por lamentos desgarradores desde el último piso, subieron a investigar. En la oscuridad del tercer nivel, abrieron una puerta… y enfrentaron una silueta diabólica: cuernos retorcidos, ojos como brasas, la esencia misma del horror. La esposa huyó despavorida, contando al encargado su visión antes de escapar. Su esposo jamás salió. Al amanecer, lo hallaron tendido en un charco de sangre, salpicaduras rojas decorando paredes y suelo.

Los dueños sellaron el último piso y guardaron el secreto. Pero los lamentos persistieron. Huéspedes tras huésped oyeron gritos, sintieron presencias. Los rumores crecieron como maleza. El hotel decayó, cerró sus puertas al fin, abandonado a los ecos de su tragedia.

Se dice que aún retumban gemidos en sus pasillos. Que una familia entera, asesinada en una habitación alquilada, pena impidiendo la felicidad ajena. Que jóvenes desaparecen tras cruzar su umbral… Muchas versiones, ninguna certeza. Solo el hecho escalofriante: en el Hotel Arce, lo paranormal es ley, y casi nadie osa desafiar sus sombras.

El encuentro final

Juvenal y Cantinflas, paralizados por las mesas flotantes, escucharon unos pasos lentos descendiendo la escalera principal. Era el fantasma de pollera que se acercaba.

El Hotel Arce recuperó su silencio. Solo quedó la linterna minera, rodando sobre las tablas polvorientas, iluminando una placa olvidada: «Extraño caso del hotel Arce».

 

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