No hay duda que el gobierno de Dina Boluarte tambalea. Recurrir a la cruel represión que ha dejado más de 60 asesinato y ahora de la militarización de Puno no necesariamente es signo de vitalidad sino de lo contrario: una gran debilidad. El recurso a la fuerza gorila denota debilidad.
La misma propuesta de una «tregua», cuando se les ha masacrado, se les acusa de ser los asesinos (o producto de una «avalancha»), «violentistas» financiados por Bolivia, el narcotráfico y la minería ilegal o «terroristas» desconociendo que impidieron el avance de SL, puede ser un signo de una crisis terminal de FujiDina.
Ahora, tenemos una nueva renuncia de un miembro del gabinete Otárola, de Sandra Belaúnde del ministerio de la Producción, que en cualquier circunstancias configura una (otra) crisis política en el gabinete, en el gobierno.
Solo en un gobierno que cree que las renuncias, en este caso un efecto de varias afirmaciones que hizo Boluarte en la conferencia del 24 de enero.
Esta renuncia hay que verlo a través del prisma de la crisis de gobernabilidad que, cabe precisar, viene del gobierno de Pedro Castillo. Es la muestra palmaria que Boluarte y Otárola no gobiernan.
Los ministros no pueden ir a las regiones del interior sin un gran despliegue policial. Y, cuando llegan, son rechazados e insultados. FujiDina no gobierna, impone con policías y militares.
Con está renuncia es la tercera crisis del gabinete y dos en la era Otárola. Y, en total, van seis ministros que han renunciado desde el 7 de diciembre que Boluarte asumió el gobierno.
¿Es solo eso? No. Es una crisis en el marco de otras crisis que ha puesto en evidencia la insurgencia popular.
Desde esa lectura, la renuncia de la ministra de la Producción puede significar la última crisis del gabinete Otárola y del (des) gobierno de Dina Boluarte y otro anuncio de que el fin está cerca.
Que eso puede en él corto plazo, es decir, de semanas o días. No hay nada que indique lo contrario.
Jaime Antezana Rivera
