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COLUMNA: Una Lima que se va, por Christian Reynoso.

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Hace cien años, en 1921, salió a la luz el libro “Una Lima que se va”, de José Gálvez (1885-1957), entonces joven poeta modernista y periodista que luego ejerció la docencia universitaria y ocupó distintos cargos políticos. En 1947, se editó una segunda edición en la editorial PTCM, con el prólogo de Luis Alberto Sánchez y la inclusión de una carta de Ricardo Palma al autor, fechada en 1913, en la que le obsequia su pluma para dar a luz los “cuadros histórico-sociológicos de Lima”. Los que serían, en efecto, los textos en clave de estampas que conforman “Una Lima que se va”, pues estos fueron escritos entre 1912 y 1920.

Gálvez nos introduce a través de sus recuerdos y experiencia vital, especialmente de su niñez y juventud, en la Lima tradicional, romántica y de características gentiles y picaresca leyenda, del período anterior a la guerra con Chile. Aquellos años de esplendor y opulencia que llegaron a su fin con la derrota de la guerra. El libro marca así un parteaguas y el consiguiente cambio de mirada con el derrocamiento de Cáceres en manos de Piérola en 1895. La lima de entonces daba paso a una nueva ciudad y forma de vivir. Hasta la forma de hacer el amor cambió, señala Gálvez (p. 198).

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Christian Reynoso. Foto: Facebook

Pero en aquella Lima que todavía no se iba, Gálvez tiene terreno para esbozar un derrotero de la dinámica social y popular limeñas, con sus vivencias y placeres marcados y antagónicos y maneras de asumirse en la ciudad. Aunque el autor muestra mayor interés por observar y relatar lo aristocrático también se acerca al “bajo pueblo” (p. 183). Relata acerca de los mataperros y faites, de buenas familias como de los estratos lumpen; los juegos con cometas; los bautizos, matrimonios y tertulias, ocasiones para el lustre del bordado y el placer del estómago con los postres y bizcochuelos limeños; la pacatería y las campanas de las iglesias, siempre anunciando algo…

La pulpería como centro de reunión y de tertulia en el barrio, en contraste con las casonas y negocios de señorones alrededor de la plazuela de San Juan de Dios (próxima a la actual plaza San Martín), o las aventuras a La Magdalena (el centro histórico de Pueblo Libre) y a Matute, con sus historias de bandoleros y bandidos y finas beatitas de salón y convento. “Una Lima que se va”, que hoy encaja bien como título de la reducida Lima señorial que, en el contexto político de hoy, se resiste al cambio sin ningún escrúpulo ni señal democrática. Una Lima que tal vez se vaya o se quede, contradictoria, no exenta de huachafismo, vulgaridad y té con hojitas limeñas.

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Por: Christian Reynoso

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