El viento helado del Titicaca sopla fuerte, esta vez hacia Lima. Tres hijos de Puno —un aimara de voz firme, un luchador social con puños de acero y un político curtido en batallas perdidas— se lanzan a la carrera presidencial 2026. No son candidatos cualesquiera: llevan en sus discursos el dolor de una región olvidada, la rabia de un país traicionado y la urgencia de un Perú al borde del abismo.
Vicente Alanoca: el grito de los 200 años
“El Perú nació con la espalda vuelta a nosotros”, dice Vicente Alanoca, el académico aimara que rompe estereotipos. Su voz no tiembla al denunciar lo que muchos callan: “Dina Boluarte vendió el país al fujimorismo y a las mineras mientras la sangre de Puno se secaba en las calles”.
Sus palabras queman como el sol del altiplano. “No fueron sesenta muertos, fueron sesenta asesinatos políticos”, dice, y los ojos se le nublan al recordar enero del dos mil veintitrés. “Quieren que sigamos siendo siervos en nuestra propia tierra”, añade, señalando los cerros devorados por la minería.
Pero Alanoca no solo protesta… construye. Exige una Asamblea Constituyente donde los pueblos originarios escriban, por primera vez, las reglas del juego. “No somos folclore, somos nación”, expresa, mientras rechaza pactos con “los corruptos que visten de revolucionarios”.
Fernando Salas Tapia: el justiciero implacable
Si Alanoca habla de heridas históricas, Fernando Salas Tapia prende la mecha de la ira popular. Su partido, Perú Te Quiero, suena a canción, pero sus propuestas son balas contra el sistema. Propone un DNI rojo para los corruptos, y cuando lo dice, no tiembla al imaginar a Toledo, Castillo o Boluarte marcados como ganado. Promete que, en setenta y dos horas, los traidores estarán en Challapalca, el penal de los cóndores, donde el frío castiga más que las rejas.
Salas no negocia. “Industrialicemos el oro, pero para los peruanos, no para los gringos”, sentencia. Promete un banco para los humildes y burocracia al paredón. “No vine a jugar ajedrez con ratas”, gruñe.
Su problema es claro: es un desconocido fuera de Puno. Su ventaja es evidente: el Perú ya no cree en políticos… cree en verdugos.
Yhony Lescano: contra el sistema
Yhony Lescano parece salido de una película del lejano oeste: el solitario que vuelve al pueblo lleno de bandidos. Tras romper con Acción Popular —“se pudrieron”, afirma— ahora carga con Cooperación Popular, un partido tan pequeño como su paciencia.
“Keiko sigue gobernando desde las sombras”, dispara. “El Congreso es una cueva de delincuentes”, escupe. Hasta teme por su vida. “Sé que me vigilan”, confiesa en voz baja.
Lescano rechazó alianzas por principio. “Las autonomías regionales son excusas para robar”, asegura. Pero su obstinación es también su cruz. En el dos mil veintiuno tuvo votos, pero los perdió en el fragor del caos. ¿Será esta su última batalla?
¿Quién puede salvar al Perú?
Alanoca convoca a los marginados con la fuerza de los siglos: “La patria será de los pueblos originarios o no será”. No es una promesa, es una advertencia, quiere refundar el país desde las raíces.
Salas azuza el rencor con la certeza del castigo: “Pondré a los ladrones en jaulas”. No ofrece diálogo, sino justicia. No habla de reconciliación, sino de revancha. Su campaña no es una propuesta: es una ejecución.
Lescano apela a la memoria de un país que alguna vez creyó. “Hubo un tiempo en que la política no era un chiste”, dice, como si se hablara a sí mismo. Su candidatura no es una cruzada, es un intento más de salvar algo que quizás ya no existe.
Los tres rebeldes que vienen a sacudir Lima
Mientras Lima los subestima, Puno los alimenta con su furia. El dos mil veintiséis no será una elección, será un veredicto. Y estos tres puneños —tan distintos, tan determinados— no llegan a pedir permiso. «No traen promesas… traen la memoria de los caídos, para hacer justicia por Puno y por todo el Perú olvidado.