La historia comienza con un hombre hambriento. Algunos dicen que era un comisario de pueblo, pero nadie está seguro. Era un día de vísperas de la festividad de San Pedro y San Pablo y todos se alistaban para la fiesta en ichu. La más activa era una señora que vendía chicharrones y que, según decía la gente,no tenía una vida feliz con su marido
El hambriento se acercó a su puesto y a los pocos minutos tenía sobre la mesa un humeante plato con muchos trozos de carne que se apresuró a devorar.
La carne parecía algo dura pero estaba fresca y resaltaba por un extraño sabor a dulce. Además, parecía un poco chiclosa. Esto llamó la atención del comensal pues; como buen glotón, era exigente. Se iba arrepentir de su curiosidad para siempre pues, cuando el hijo de la chicharronera pasó cerca de su lugar le preguntó por la forma de preparar la carne.
El pequeño le contestó: “ Ese es mi papá. Mi mamá lo ha cocinado”. Ya nadie cuenta si vomitó, lloró, o se puso a renegar, pero sí recuerdan que se armó un gran escándalo en el pueblo. El glotón, jamás pudo volver a comer chicharrón, eso se adivina.

Los policías municipales de la época tuvieron que detener inmediatamente a la mujer quien tuvo que abandonar su puesto para llevar a los agentes a su casa. Seguramente, los que no sabían nada del problema se dieron un gran festín con la carne dejada por la chicharronera. En tanto, luego de varias horas de interrogatorio, la mujer confesó su espeluznante secreto culinario.
Hace algún tiempo atrás, la cocinera, harta de su marido, se había encariñado con otro varón. Cuando ella estaba sola, el otro iba a visitarla a su casa, digamos, para tomar una tacita de café. En una de esas ardientes visitas, el marido engañado sorprendió a los dos amantes. Ante el indignado cornudo, ambos hicieron lo que le recomiendan a todos los enamorados: no dejar que nada se interponga en su relación. Así que, entre ambos, mataron al marido y, como seguramente era gordito e iba a salir crocante, la mujer tuvo la idea de no desperdiciar su carne y, de paso, impulsar su negocio.
Era un plan perfecto pero, dejaron que el pequeño e inocente niño sea testigo de su maldad.
Cuando la mujer contó su verdad, del hombre, lo único que aún quedaba era la cabeza. La mujer señaló un rincón de la casa. Antaño, los rincones de la casa servían para guardar alimentos y, en efecto, encontraron la cabeza del infortunado y sabroso señor envuelta en un mantel. Algunos se preguntan si la señora pensaba preparar huarjata (plato típico puneño), pero ya nada importaba.
Los antiguos dicen que los escandalizados pobladores obligaron a la señora a cargar una bandeja con la carne de su marido. Algunos, indican que la mujer fue enviada al frontón, pero ya nada se sabe con seguridad. Lo único cierto es que cada puneño que come un chicharrón en Ichu, muy en el fondo, tiene miedo de comerse un tierno Pérez o un grasoso Mamani. En todo caso, la historia deja una enseñanza para aquellas mujeres infelices con su vida de pareja: si cocinas a tu marido, no dejes que el chismoso de tu hijo lo sepa.
Autor: Carlos Flores Vargas