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Celebración de Todos los Santos en el Altiplano: Un ritual que preserva la Cosmovisión Andina

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La celebración de Todos los Santos en el altiplano puneño es más que una fecha en el calendario; es una profunda conexión espiritual con los ancestros y un acto de reafirmación cultural que mantiene viva la cosmovisión andina.

César Suaña, investigador especializado en tradiciones andinas, explica que para los habitantes de esta región, el 1 de noviembre marca un momento en que los espíritus de los seres queridos fallecidos regresan temporalmente para reunirse con sus familias.

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«En la cosmovisión andina, la muerte no es un final, sino un paso hacia otra vida. Cada noviembre, las almas regresan en forma de ‘wawa’ o niños pequeños, ya que en esa otra vida apenas tienen uno, dos o tres años», comenta Suaña, resaltando la creencia de que estos espíritus vuelven con la llegada de un fenómeno astronómico clave: el sol cenit.

Este fenómeno, que ocurre entre las 11:30 y las 11:45 de la mañana, es el momento en que el sol se posiciona directamente sobre la tierra, eliminando todas las sombras. Según la tradición, este instante es el más propicio para el retorno de los «ajayus» o almitas, como son conocidos los espíritus de los difuntos en la región.

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La preparación de altares especiales, decorados con los alimentos preferidos de los difuntos, es una tradición fundamental en esta celebración. Suaña destaca que esta práctica no solo tiene un significado espiritual, sino también un rol social y económico, especialmente en las comunidades agrícolas, donde los ajayus son considerados guardianes de la producción agrícola.

«Los ajayus permanecen hasta febrero, coincidiendo con la festividad de la Candelaria, y se cree que su presencia garantiza una buena cosecha antes de la gran maduración», indica el investigador.

La celebración de Todos los Santos en el altiplano también incluye el intercambio de alimentos entre familiares y amigos que conocieron al difunto en vida. Al día siguiente, se realiza el «despacho», un acto comunitario en el que se comparten los manjares ofrecidos, entre ellos galletas, bizcochuelos y maná. Esta ceremonia no solo refuerza los lazos familiares y comunitarios, sino que es un recordatorio de la importancia de preservar las tradiciones ancestrales en un mundo cada vez más globalizado.

En definitiva, la celebración de Todos los Santos en el altiplano puneño es una muestra de cómo la cosmovisión andina sigue vigente, conectando a las personas con sus raíces y sus seres queridos más allá de la muerte, en un ciclo de vida y reencuentro que refleja la armonía entre lo espiritual, lo natural y lo humano.

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