Desde centro de Lima hasta la ciudad de Puno, el mismo guion se repite: “Prensa mermelera”. Marcelino Tonconi, precandidato a gobernador, ensaya el libreto escrito por Rafael López Aliaga. La pregunta es por qué un hombre con tantas cuentas pendientes con la justicia elige copiar al que amenazó de muerte a un periodista.
Era la mañana del 17 de septiembre, en la ceremonia de inauguración de un mercado de zapatillas en Salcedo. Allí estaba, Jhomar Marcelino Tonconi, con su tradicional sombrero rojo, que como Pedro Castillo, no se baja ni para ir a miccionar, el precandidato a gobernador regional por la coalición Juntos por el Perú + Movimiento Regional «Acción Social por la Integración – (ASI), repartiendo sonrisas y apretones de manos.
Hasta que el periodista J. Carlos Flores del Diario Los Andes se acercó. No para preguntar sobre zapatillas usadas, sino sobre algo más pegajoso: sobre lavado. Lavado de activos. Sobre si es cierto lo que dicen, que él habría sido el testaferro, el prestanombre, el lavandero de su hermano prófugo, Juan Tonconi, exgobernador de Tacna. Sobre si es cierto lo de la camioneta Toyota Hilux que aparece de la nada, lo de los contratos de compra-venta, lo de las transferencias bancarias.
Frente a eso, Marcelino Tonconi no sudó. No titubeó. Tenía la respuesta preparada, aprendida de memoria, copiada del manual del alumno más aplicado de la escuela del desprecio. La prensa, dijo, es “mermelera”. Después, agregó: “Dejo la potestad al Poder Judicial y al Ministerio Público”. Tonconi confía en las instituciones. La prensa, en cambio, solo busca manchar, embarrar, endulzar con la “mermelada” de la mentira.
El periodista, Flores se quedó mirando ese espectáculo, ese hombre que desde la precariedad de un mercado de zapatillas en Puno usa la misma palabra –“mermelera”– que el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, lanza desde sus megaobras inconclusas.
Porque López Aliaga, el maestro en este arte, no se quedó en el adjetivo. El 5 de septiembre, en la inauguración de su Via Expresa Sur —una obra que es más promesa que realidad—, elevó el tono. Fue más allá. Habló del periodista Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros, el mismo que destapó los Panama Papers que vinculan a López Aliaga con una red de sociedades offshore y una investigación por lavado de activos. Lo hizo con la jerga del hampa, con la jerga del sicario: “Hay que cargárselo de una vez al caballero”. Lo llamó “terruco urbano” y pidió para Gorriti un tribunal militar. No fue un desliz. Fue una amenaza de muerte empaquetada en retórica autoritaria.
Gorriti, luego, diría que no le sorprendió. Que es la culminación de años de una “fijación aparentemente psicótica”, de campañas de desinformación, de hostigamiento con matones, de mentiras acumuladas que lo pintan como un titiritero omnipotente. López Aliaga azuzó esas campañas con saña, especialmente cuando Gorriti luchaba contra un cáncer. La brutalidad como estrategia.
¿Es este el modelo que Marcelino Tonconi quiere importar a Puno? ¿Por qué un político que aspira a representar a una región compleja, llena de emergencias de inundaciones, granizadas, heladas o sequía, y que su gente, única en el país, que casi ocasiona la caída de Dina Boluarte, elige como referente a un hombre que amenaza de muerte a un periodista? La respuesta es tan vieja como la política misma: porque funciona. Porque en el corto plazo, es beneficioso.
La Intención: Manipulación para victimizarse
La intención de Tonconi no es sutil. Es manipular para victimizarse. Cuando le preguntaron por la investigación por lavado de activos, tenía opciones limitadas. Podía negarlo todo (arriesgándose a que aparezca una prueba). Podía evadir (“no recuerdo”). O podía atacar. El ataque es la mejor defensa. Al descalificar al mensajero, envenenando el mensaje. Convierte una pregunta incómoda sobre la honradez en un debate sobre la ética de quien pregunta.
Es el juego de la victimización de Tonconi «No soy yo el investigado por lavado; son ellos, los periodistas, los que me persiguen». Cambia el foco. Ya no se habla de la Toyota Hilux o del hermano prófugo; se habla de la “prensa mermelera”. Para un sector del electorado, hastiado de los medios y predispuesto a creer en conspiraciones, el mensaje cala hondo. Tonconi no es un investigado; es un perseguido. En el Perú, el perseguido, a veces, gana.
Gana, al menos, la batalla del día. Silencia la pregunta inmediata. El periodista se queda con la palabra “mermelera” resonando en el grabador y la obligación de explicar que no lo es. Tonconi sigue su camino, reparte más sonrisas, se fotografía con las zapatillas. Ha logrado su objetivo: no hablar del caso. Ha logrado desviar el tema.
Las desventajas: De manera imprudente, se expone a un gran peligro.
Pero imitar a López Aliaga es un juego peligrosísimo, especialmente para un candidato regional en un lugar como Puno. Las desventajas son enormes.
Primero, la falta de autenticidad. López Aliaga, para bien o para mal, ha construido una carrera sobre la confrontación. Es su marca. Su electorado lo quiere por eso, por su estilo de actuar, por su falta de escrúpulos. Tonconi, en cambio, no es López Aliaga. Adoptar una pose tan agresiva suena falso, forzado, como un traje alquilado que le queda grande. Corre el riesgo de parecer lo que es: un imitador, no un líder con convicciones propias.
Segundo, la ignorancia como lastre. La máscara del líder popular se le cae cuando las preguntas exigen algo más que consignas. Como cuando el periodista Libumir Fernández le preguntó quién era José Carlos Mariátegui. Tonconi, sudando «más que corrupto en audiencia fiscal», solo atinó a balbucear «un saludo a toda la población» y huir arguyendo que «estaban en movilización». Si el Amauta levantase la cabeza, se moriría de nuevo. ¿Cómo pretender gobernar la tierra de intelectuales y rebeldes si desconoce a su pensador más fundamental? La evasión funciona para el lavado de activos, pero no para el lavado de la propia de la falta de lectura.
Tercero, el contexto Puno. Puno no es Lima. Es una región con profundas tensiones sociales, con una tradición de lucha y una prensa local que, aunque a veces precaria, está profundamente enraizada en el pueblo. Atacar de manera genérica y despectiva a “la prensa” puede interpretarse como un ataque al pueblo mismo, a sus voces, a su derecho a informarse. Es un mal cálculo que puede enojar a votantes duros que valoran la información local por sobre las peleas nacionales.
Cuarto, y más grave, normalizar la violencia. López Aliaga cruzó una línea roja. No solo insultó; amenazó. Jugó a la ambigüedad mortal del “cargárselo”. ¿Qué pasa si un simpatizante de Tonconi, enardecido por la retórica contra la “prensa mermelera”, decide llevar el mensaje al siguiente nivel contra un periodista local en Azángaro o Juliaca? Tonconi, al usar el mismo lenguaje de odio, aunque sea en una versión light, se hace corresponsable de cualquier escalada. Está sembrando en un campo abonado para la violencia. La amenaza no tiene que ser directa para ser efectiva; el ambiente de hostilidad basta para silenciar.
El paralelo corrupto: Dos casos, un mismo modus operandi
Lo más irónico, es el paralelo de fondo. Tonconi no solo imita el estilo de López Aliaga; imita su situación.
Ambos están investigados por lavado de activos. El caso de López Aliaga, investigado por la fiscal Manuela Villar, nació de los Panama Papers revelados por Gorriti y el ICIJ. Se le investiga por ser presunto integrante de una organización criminal, con sus empresas offshore y sus movimientos sospechosos con su ex socio Lorenzo Sousa. Todo vinculado al viejo y olvidado (pero no prescrito) escándalo de la Caja Metropolitana de Lima.
Tonconi enfrenta dos frentes: uno por corrupción en una obra en San Antón y otro, más grave, por lavado de activos como testaferro de su hermano, Juan Tonconi en Tacna. La Fiscalía describe un entramado de bienes y empresas para blanquear dinero de procedencia ilícita.
Uno, López Aliaga, amenaza al periodista que lo investiga. El otro, Tonconi, adopta el mismo discurso para desacreditar a quienes hacen seguimiento a su caso.
El precio de la imitación
Marcelino Tonconi quizá crea que está siendo astuto. Que al llamar “mermelera” a la prensa, gana puntos fáciles, se alinea con un sector duro del electorado y evade su pasado incómodo. Es una apuesta cortoplacista en el mejor de los casos.
Al elegir como modelo a Rafael López Aliaga, no elige a un político exitoso (sus megaobras lo desmienten), elige al agitador que amenaza de muerte. Elige el camino de la polarización, del odio al otro, del desprecio por las instituciones que dice defender —porque la prensa libre es valorada por la población puneña, aunque a Tonconi no le gusten sus preguntas—.
Tonconi podría haber elegido otro camino. Podría haber dicho: «Hay una investigación en curso, confío en que se demostrará mi inocencia, y mientras tanto, quiero hablar de mis propuestas para Puno». Sería aburrido, sería legalista, pero sería democrático. En cambio, eligió el camino del insulto, del lugar común, de la imitación barata de un estilo que está pudriendo el debate público peruano.
El mensaje que envía es tremendo: no le importa el periodismo, no le importa el debate de ideas, solo le importa el poder. Está dispuesto a pagar el precio de imitar al hombre que quiso cargarse a un periodista con tal de alcanzarlo. El problema es que el precio final no lo pagará solo él. Lo pagará Puno, lo pagará la democracia, lo pagaremos todos cada vez que un político crea que llamar “mermelera” a la prensa es una respuesta fácil.





